Mira, no es que no te compren porque seas mal asesor inmobiliario.
Es que estás poniéndole más trabas al cliente que Hacienda en abril.
Cada paso que lo haces dar —que si llama, que si agenda, que si espera a que tú revises tu agenda de iluminado ocupado— es una excusa perfecta para que diga: “bah, paso”.
¿Y sabes qué? No te lo va a decir.
Solo va a desaparecer. Como los buenos ligues de Tinder que se van sin dejar rastro.
Tú piensas que vendes casas. Pero no.
Tú vendes facilidad. Rapidez. Satisfacción instantánea.
¿Quieres más ventas? Haz que ver una propiedad sea más fácil que pedir una pizza.
Un botón. Un clic. Un “aquí tienes el tour, el dossier, y si te gusta, firma”. Punto.
La fricción es como un cuñado pesado en Nochebuena.
No mata la fiesta de golpe, pero fastidia tanto que te quieres ir antes del postre.
Así que o te conviertes en el asesor que da gusto comprarle…
O serás ese que tiene buenas propiedades, buenos precios y cero ventas.
Cero ventas porque nadie le compra absolutamente nada.
Hazlo fácil o hazte a un lado.