Me gusta ir de frente. Como un tren cuesta abajo sin frenos ni disculpas.
Nada de sonrisitas falsas ni frases edulcoradas para quedar bien con quien ni me va ni me viene.
Si algo no me cuadra, lo suelto. A veces con la sutileza de una bofetada con la mano abierta, lo sé. Pero prefiero eso a vivir en un teatrillo de apariencias.
Rebelde no lo he sido… pero a partir de cumplir los 40, ya no es rebeldía. Es instinto de supervivencia.
Porque llegas a una edad en la que no te queda energía para idioteces, y mucho menos ganas de regalar tu tiempo a quien no lo merece.
He aprendido a decir “no” sin sentir culpa. A quedarme sola antes que mal acompañada. A respetarme tanto que, si alguien no suma, simplemente desaparece de mi vida sin drama ni explicación.
Y por si a algún cuñado le parece que “me estoy volviendo radical”, que sepa que no es eso… es que ya no me da la gana de fingir. Ni con él, ni con nadie.
Porque sí: en este mundo lleno de filtros, frases vacías y gente que solo quiere likes, ser auténtica es casi un acto revolucionario.
Y yo, revolucionaria, lo soy cada día. Con cada “esto no me lo trago”, con cada “por aquí no paso”.
📣 Si tú también has llegado a ese punto donde ya no estás para tragarte cuentos (ni del cuñado ni de nadie), déjame un comentario.
Y si conoces a alguien que necesita leer esto… mándaselo. A veces una verdad dicha sin filtro vale más que mil consejos de manual.
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